¿La inestabilidad emocional afecta a la hipertensión arterial?
La hipertensión arterial (HTA) afecta aproximadamente a un billón de personas en todo el mundo. Es más, en la actualidad es un problema de salud pública de primer orden. Esto es debido a su alta tasa de incidencia; sus costes económicos; y por su relación con la morbilidad y mortalidad cardiovascular.
Hipertensión Arterial
La hipertensión arterial es una enfermedad crónica caracterizada por un incremento continuo de las cifras de presión sanguínea. Aunque no hay un umbral estricto que permita definir el límite entre el riesgo y la seguridad, de acuerdo con consensos internacionales, la HTA se define por la presencia mantenida de cifras de presión arterial sistólica iguales o superiores a 140 mmHg y/o presión arterial diastólica de 90 mmHg o superior.
La hipertensión arterial puede clasificarse en dos subtipos de patologías: hipertensión primaria o esencial e hipertensión secundaria. La primera hace referencia a una elevada presión sanguínea sin causa definida; su origen no puede ser determinado orgánicamente y constituye, por lo tanto, un trastorno de carácter funcional. Dicha hipertensión, está positivamente relacionada con factores tales como la edad; el peso corporal; la ingestión de sodio; el consumo de tabaco; o la falta de ejercicio. Por otro lado, la hipertensión secundaria se debe como consecuencia de un fallo o daño orgánico. Por tanto, estaría originada por otras enfermedades como la arteriosclerosis; ciertos trastornos renales; y algunos problemas del sistema endocrino. Muchas veces, la hipertensión secundaria es consecuencia de los propios daños generados por una hipertensión esencial no tratada.
La HTA es muy frecuente. En concreto, en España, es uno de los problemas de salud más comunes y su presencia en adultos, es de aproximadamente un 35%, alcanzando el 40% en edades medias y el 68% en personas mayores de 60 años. De manera que se puede estimar que la hipertensión arterial afecta, aproximadamente, a unos diez millones de adultos españoles.
Neuroticismo o inestabilidad emocional
Son diversas las investigaciones que se han centrado en el estudio de la personalidad. Uno de los modelos más ampliamente reconocidos es el Modelo de los cinco grandes factores de personalidad. Este modelo refiere que existen cinco factores principales: Neuroticismo, extraversión, amabilidad, apertura a la experiencia y responsabilidad.
En concreto, el neuroticismo hace referencia a la estabilidad-inestabilidad emocional de la persona. Este rasgo describe a las personas que, con frecuencia, son atormentadas por las emociones negativas como la preocupación o la inseguridad. Sin embargo, es importante aclarar que, hablar de neuroticismo implica hacerlo de un rasgo “normal” de la personalidad, no de “neurosis” clínica.
El neuroticismo se define como la tendencia general a experimentar sentimientos negativos, entre los cuales señalan el miedo; la melancolía; vergüenza; ira; culpabilidad; y repugnancia. Así mismo, indican que personas con puntuaciones altas en este factor tienden a presentar ideas irracionales; distorsiones cognitivas; incapacidad para controlar sus impulsos; y mayor dificultad para afrontar el estrés de los demás.
Por otro lado, podemos encontrar que el neuroticismo está formado por 6 facetas. A saber: Ansiedad (tendencia a experimentar tensión, nerviosismo, preocupación y miedo); Hostilidad (tendencia a experimentar enfado y frustración); Depresión (tendencia a experimentar tristeza, desesperanza, soledad y culpa); Ansiedad Social (tendencia a sentir vergüenza, ridículo o inferioridad); Impulsividad (incapacidad de controlar los impulsos y necesidades); y Vulnerabilidad (incapacidad para afrontar las situaciones estresantes).
Cada una de estas facetas se relaciona significativamente con los afectos negativos y la baja satisfacción con la vida, lo que va a confirmar de manera notable que este rasgo (neuroticismo) se relaciona sin duda con el bienestar psicológico.
Relación entre inestabilidad emocional e hipertensión
Diferentes investigadores defienden que algunos rasgos de personalidad, como el neuroticismo, podrían influir en la salud física. De hecho, se ha visto que los niveles altos de neuroticismo se asocian con una mayor carga de enfermedad global. Ha sido asociado con más informes de síntomas psicológicos; percepción de salud más pobre; más quejas sobre la salud; más atención autofocalizada; y preocupación y niveles más bajos de bienestar psicológico.
En concreto con la hipertensión arterial, se ha encontrado que el Neuroticismo parecía estar relacionado con el incremento de la presión arterial; y la falta de regulación de las emociones esta asociada a una activación del sistema cardiovascular
Por último, cabe destacar que de las facetas que componen la dimensión de neuroticismo, la ansiedad, la depresión y la hostilidad, han sido las que más se han relacionado con hipertensión arterial. Actualmente parece indudable que estos tres tipos de emociones actúan negativamente sobre la salud cardiovascular, pudiendo ser la emoción negativa tanto una causa como una consecuencia del trastorno cardiovascular.
Ansiedad
La ansiedad ha sido identificada como un factor de riesgo cardiovascular. Durante muchos años se ha sospechado que un nivel elevado de ansiedad puede contribuir a la enfermedad coronaria, de tal modo que la ansiedad se ha postulado como un posible factor de riesgo cardiovascular.
Las personas con un alto rasgo de ansiedad tenderán a percibir más situaciones como amenazantes que los sujetos con niveles bajos de ansiedad. En consecuencia, se verán expuestos con mayor frecuencia a situaciones que les generen estados de ansiedad, lo que en última instancia supondrá una mayor y más frecuente activación fisiológica y, por tanto mayor probabilidad de desarrollar trastornos psicofisiológicos. De hecho, los diversos estudios con hipertensos muestran puntuaciones significativamente más altas que los sujetos de la población normal en rasgo de ansiedad.
Hostilidad
Aunque durante años se puso de moda el patrón de conducta tipo A como variable predictora del infarto de miocardio; a finales de los años 80 se puso en relieve que, de entre los cuatro componentes de este patrón (competitividad; hostilidad; impaciencia; e implicación laboral), sólo la hostilidad parece desempeñar algún papel en este sentido.
La hostilidad podría definirse como un constructo psicológico complejo, compuesto, al menos, por tres dimensiones de respuesta: cognitiva, afectiva y conductual. Es posible que cada una de estas facetas de la hostilidad se relacione de forma distinta con el estrés y los problemas cardiovasculares.
La dimensión cognitiva de la hostilidad incluye creencias negativas hacia los demás, tales como cinismo y desconfianza. Por su parte, la dimensión afectiva implica todo un conjunto de reacciones emocionales que se extienden desde la irritación e ira hasta el enojo y la rabia. En último lugar, la dimensión conductual hace referencia a la expresión abierta de hostilidad, e incluye tanto actos agresivos verbales como físicos.
Por otro lado, la hostilidad parece estar asociada con un aumento de la reactividad cardiovascular a desafíos psicológicos que puede contribuir a la enfermedad coronaria. Esto sugiere que las personas hostiles, en comparación con las no hostiles, responden a algunos sucesos y circunstancias con incrementos más pronunciados en los niveles de presión sanguínea.
Depresión
Varios estudios han mostrado que la depresión es un factor de riesgo significativo en enfermedad coronaria; infarto de miocardio; y mortalidad cardiaca.
Existe evidencia contrastada de que la depresión post-infarto puede ser un problema clínico importante para muchas personas que han padecido infarto de miocardio. Además, dicha depresión no sólo está relacionada con la evolución clínica del paciente, sino que también se relaciona con la mortalidad. Por otra parte, la depresión post-infarto de miocardio parece ser el factor más relacionado con el deterioro de la calidad de vida de los pacientes post-infartados. Más, incluso, que la propia gravedad de la enfermedad cardiovascular. En este sentido, merece la pena indicar que, aunque la depresión no fuese capaz de predecir el grado de supervivencia, el sólo hecho de relacionarse tan específicamente con el grado de bienestar y calidad de vida del paciente justifica su atención y necesidad de tratamiento.
Escrito por Blanca Fernández
Psicóloga sanitaria en ACM Psicólogos